Los amigos es la familia que eliges
Por José Luis Vázquez
El asunto de las plataformas online acapara comentarios permanentes y a todas horas. Mi única relación con las mismas se remite a dos breves períodos de apenas un año en Facebook y a instalar Whatsapp en 2021 y aguantarlo tan solo un par de cursos. Durante ese período me quedé con algunos aspectos positivos y acabé evitando otros bastante nocivos, que no venían sino a amplificar a los que la especie humana arrastramos y llevamos adherido a nuestras respectivas pieles desde el mismo origen de los tiempos (esto es como la dinamita, en sí misma puede utilizarse con buenos fines, el problema reside en el uso que le demos). Esto es lo que tiene ser un escéptico contumaz y jovial que no acaba de perder del todo la esperanza. Paradojas de la vida.
El caso es que es que no deja de resultarme curioso que algo como las redes sociales que se inventaron para no sentirnos solos, en numerosas ocasiones no solamente no solo no lo logran, sino que resultan unos falsos espejismos que pueden acabar frustrando y alentando la desconfianza. Tengo claro pese a esta reflexión que no voy a cargarme, ni lo pretendo, algo que resulta imparable y que conlleva -sería absurdo negarlo- muchas ventajas. El progreso es lo que tiene, así venía a exponerlo Orson Welles con la trágica irrupción del automóvil en esa obra maestra que es “El cuarto mandamiento”. Se paga un peaje, pero diría que por todo en la vida. Pero no puedo evitar sacar a colación mi condición de perro verde, que en realidad viene a ser la de todos -de una u otra manera- que compartimos ADN humano.
Lo que es un hecho es que las pantallas, al contrario de lo que era su finalidad inicial, han acabado levantando barreras de incomunicación entre las personas y los entornos que les rodean, aunque siempre hay excepciones y esta encantadora película viene a proclamarlo, a reivindicar una de las mejores razones por la que deberían haber sido concebidas.
Así que ese carácter frustrante o fallido del que pueden llegar a hacer gala viene aquí a pinchar en hueso y a dar un giro y requiebro de lo más agradable y reconfortante. Y ello expuesto suave, cálida, delicadamente, sin exabruptos, sin elevar la voz, pero sin por ello desterrar las durezas de fondo que también alberga esta historia de atípica amistad.
Una historia destiladora de buenos sentimientos y buen rollito sin caer en la ñoñería que vuelve a suponer la grandeza, el triunfo de la sencillez. No hay que tirar de estruendosos efectos digitales o de cualquier otro tipo para llegar al corazón, lo cual no quita para que ambas facetas a veces puedan ser perfectamente compatibles.
Incide argumentalmente, entre otras cuestiones en algo tan cierto en varias ocasiones como el hecho de que a veces te puedan querer más o te ofrezcan más afecto gente ajena a lazos consanguíneos. Puedo dar fe de ello.
Todo esto dirigido al amor del baño maría por una joven directora tejana, concretamente de Houston, que estudió cine en Austin, llamada Tracie Laymon. Experimentada en vídeos musicales (de 54 Seconds, por ejemplo), en cortometrajes (“Señales mixtas”, “Fantasma”), hace aquí su debut en la gran pantalla si obviamos un antecedente de 2011, una producción de varios segmentos -el suyo “Un agente oculto”- en colaboración con otras dos compañeras, “¡Chicas! ¡Chicas! ¡Chicas!” (no confundir con el título de un marchosillo, típico y tópico musical sesentero de Elvis Presley). Cabe destacar también en su currículum que estuvo a los mandos de la primera serie de comedia de media hora para Internet que se estrenaría en Hulu, “Goodnight Burbank”.
Laymon no solo lleva a cabo un trabajo de lo más funcional y eficaz, amparándose en esa sencillez anteriormente mencionada, sino que demuestra inteligencia, oficio y arte al delegar el peso de la función en su pareja protagonista, una adorable Barbie Ferreira (de apellido parecido al de su inolvidable colega America Ferrara de la no menos inolvidable “Las mujeres de verdad tienen curvas”, película con la que esta guarda más de un punto en común), que pasea desacomplejadamente sus kilos de más con toda la dignidad y garbo que la cuestión requería, y un inmenso John Leguizamo.
El colombiano-estadounidense, con una dilatada trayectoria profesional a su espalda, consigue uno de los mayores logros de su carrera dando vida a ese padre roto por la muerte de su hijo, capaz todavía de albergar espacio para la esperanza y para la fe en las personas… aunque sea en principio vía red. Me refiero al susodicho Bob Trevino, que comparte nombre y apellido con el padre de la chica, pero que acaba erigiéndose en la cara positiva de la moneda.
Aprovecho para evocar de Leguizamo, entre otras varias, su memorable creación para aquel simpático “remedo” norteamericano de “Las aventuras de Priscilla, reina del desierto” conocida como “A Wong Foo, gracias por todo Julie Newmar”, tal nombre en referencia al nombre de la actriz que encarnaba a la hermana más grandota del justamente celebérrimo musical “Siete novias para siete hermanos”. Él es una de las tres descacharrantes “drag Queens”. También ha puesto voz a Sid el perezoso en esa estupenda saga animada que es “Ice Age (La Edad de Hielo)”. Y a la espera de verlo en esa ansiada “Odisea” de Christopher Nolan que promete muchas emociones. Disculpen la exhaustividad, pero considero que es bueno utilizar las reseñas o críticas para ponderar la labor de grandes profesionales.
Por no irme más de carril y volviendo a lo mollar, quiero rematar destacando -sin hacer spoiler alguno- una preciosa escena en un tanatorio que se acaba erigiendo en santo, seña y emblema de otra de esas pequeñas, modestas y vigorizadoras producciones independientes “made in USA” (hay también muchas que son un coñazo) que encogen y recogen el corazón. Parece mentira -quién me lo iba a decir, por eso conviene no ser taxativo nunca- que unas simples líneas de Facebook o WhatsApp puedan provocar tanta emoción.